Roberto Carlos de concierto en España después de 25 años
Sea como anacronismo sentimental o como eterna esencia del romántico, Roberto Carlos ha roto este jueves un largo paréntesis de 25 años sin actuar en España para reivindicar una forma de cantarle al amor prendido en sutilezas… en tiempos del reguetón.
Ha sido a sus 77 años, dos más de los que cuentan otras estrellas coetáneas como Julio Iglesias, Raphael o José Luis Rodríguez «El Puma», y esta leyenda de la música brasileña ha conseguido reunir a unas 8.000 almas en el WiZink Center de Madrid, el aforo completo diseñado para esta cita única en el país.
La razón de la visita, titulada «Amor sin límite» (2019), constituye su último álbum, perdida ya la cuenta del lugar que ocupa en su extensísima discografía, y destaca por ser su primer de trabajo con canciones inéditas en castellano en un cuarto de siglo.
No obstante, la excusa se ha quedado pronto en eso, ya que en unas dos horas de concierto solo ha sonado uno de sus nuevos cortes, «Esa mujer», que grabó con Alejandro Sanz pero que aquí ha abordado mediante una grabación enlatada, para dar voz sobre todo a clásicos como «Lady Laura» o «Emociones», con cuyo «swing» ha dado inicio al espectáculo pasadas las 9,15 de la noche.
Un vídeo ha resumido entonces todos los logros de este «icono» que arrancó su carrera como «estrella del rock and roll» en los 60 y que llegó a alzarse con el triunfo cantando en italiano en el Festival de San Remo, antes de trazar su exitoso pase a la música sentimental en español.
Tan relajado como en la hora del arranque se ha mostrado en el vestir, con esa elegancia imposible para portar un traje azul eléctrico holgado, camiseta y zapatillas blancas, como si Madrid fuese por una noche un remedo del Miami de los años 80 y el WiZink Center el punto de encuentro de todos aquellos que hace más de 30 años (y 40) cantaban orgullosos al amor lírico.
Cierto es que su cabellera no luce la frondosidad de antaño y que la fluidez de sus movimientos delata los achaques del tiempo que la cirugía ha intentado mitigar sobre la piel, pero desde el mismo comienzo ha demostrado Roberto Carlos que sí mantiene el vínculo con su público y, lo que es más difícil, la rotundidad de los graves de su voz (no tanto los agudos).
«¡Qué gusto verlos aquí en España, en Madrid! Gracias por este cariño y amor, por esas cosas lindas que recibí de ustedes desde que nací. De eso hace mucho tiempo, yo lo sé, pero es una alegría enorme después de tantos años sin venir. Muchas cosas sucedieron en mi vida, pero ahora estoy aquí y creo que voy a volver muchas veces más», ha prometido.
Solo artistas melódicos con un bagaje de 140 millones de copias vendidas en todo el mundo se pueden pertrechar de una banda como la del brasileño: dos coristas y once músicos, la mitad de ellos para la sección de viento metal, que ha brillado en temas como la etérea «Qué será de ti» o, justo después, «Cama y mesa».
En esa burbuja temposentimental han sonado otros grandes «hits» como «Desahogo» o la imprescindible «Lady Laura», pero solo después de que a la guitarra y en un formato más íntimo la gran estrella interpretara «Detalles», con especial énfasis en sus versos finales: «Vas a acordarte de mí».
«Falta hablar de sexo», cuenta que se dijo un día en el que se cuestionó si había tratado todos los ángulos del amor. Así ha dado pie a un segmento de sensualidad protagonizado por la célebre y más gráfica «Cóncavo y convexo».
Superado el ecuador, de su segunda mitad han destacado piezas como «El progreso» y su visión idealizada de una humanidad «civilizada como los animales», o la melancólica «Un gato en la oscuridad», aún «triste y azul», aún también el éxito que lo alzó en San Remo y que lo convirtió en un ídolo en los países hispanohablantes, pero no en Brasil.
«Si no la hice en portugués es porque no entendía muy bien de qué trataba», se ha excusado en uno de sus muchos golpes de humor, justo antes de enfilar el tramo final con «La distancia» o una versión de «El día que me quieras» de Carlos Gardel, y unos bises en los que ha vuelto a suscribir con carácter vitalicio ese pacto de conciliación mundial llamado «Un millón de amigos».